jueves, 14 de enero de 2016

La Bestia IV: La Máscara y el Mimo




No tardé en abandonar el orfanato. De hecho en cuanto cumplí la mayoría de edad ya lo tenía todo preparado para irme.

Sin padres y sin estudios no me esperaba un gran futuro a menos que me lo forjara. Así que empecé a asistir a la universidad en calidad de oyente. Me dedicaba al más noble crimen para subsistir, sustraía el sustento de los demás para liberar su alma de la carga que conlleva el ansiar cosas que no se necesitan.

Entre esa marea de tan variopinta gente me sentía bien, ¿Recuerda lo de las moscas que hablamos el otro día? Pues estaban zumbando todas para mi, me sentía sucio y molesto por tenerlos cerca, pero pensar en que estaba en mi mano aplastar a la que quisiera... era delicioso. Como si supiera que tras esa suciedad me esperaba un baño caliente.

Mi primera víctima en la universidad fue algo... desagradable. No recuerdo como se llamaba, pero recuerdo la sangre y el vacío que me proporcionaba. Matar, cuando se convertía en un hábito, era aburrido. Así que me ingenié un método. Creo que lo llaman modus operandi cuando es la firma de algún asesino en serie.

Mis presas favoritas eran o las personas extremadamente buenas o las extremadamente fuertes. Los primeros porque cuan más puro y bello es algo, más placer proporciona corromperlo y los segundos porque eran un reto. No creo que haya sonido más hermoso que el de el corazón de alguien cuando se quiebra. Mirar en sus ojos y saber que saben que no hay nada que puedan hacer o decir para impedir lo que va a suceder.

Una vez seleccionado mi objetivo ahondaba en sus miedos, en sus inseguridades y las explotaba desde el anonimato, preparándolo todo para que pareciere fruto de la aleatoriedad. Rasgar una pintura o derrumbar una pared.

Sea como sea, el proceso hacia la destrucción del espíritu ajeno no es tarea fácil, hace falta cierto toque de genialidad y elegancia por parte del perpetrador, cosa que yo poseo. El sonido del alma del alguien estallando en comunión con el caos... es una experiencia que roza lo sexual.

Debo añadir que no estoy orgulloso de mi decisión de indumentaria, pero necesitaba algo que me cubriera el rostro y esa máscara estaba en los saldos de una tienda de artículos de broma y demás chuflas. Irónicamente fue dicho accesorio el que me ganó mi apodo. No fueron ni mis asesinatos, ni mi estilo artístico.

Todo lo que hizo falta fue una máscara. La gente estúpida se queda en la anécdota. ¡Un perrito piloto! ¡Un robot que baila! ¡Una lavadora cantante!

No pretendo incluirle en la ya de por si extensa categoría de la estupidez, dado que según las convicciones sociales de usted depende mi salud mental, pero si me hubiera plantado aquí y le hubiera dicho que he matado a cuarenta personas y a un mimo...

¿Por quién habría preguntado?

martes, 6 de enero de 2015

Nada


Nada

¿Te has preguntado alguna vez en qué mundo estarías al fin satisfecho con lo que te rodea? Pues yo pienso en ello constantemente. A veces pienso en un mundo vacío sin nada ni nadie que me perturbe y a veces pienso en un mundo donde todo es como yo deseo, pero ambas opciones me resultan banales puestas bajo análisis. En un mundo vacío, la soledad no es una opción, es una imposición. ¿Qué valor tiene la soledad si no puedes escogerla? ¿Qué valor tiene que se cumplan tus deseos si nada puede torcerse y sorprenderte?

Me indignó durante mucho tiempo no encontrar una solución a ese dilema. Si en ningún mundo puedo existir plenamente, ¿Qué valor hay en la posible vida en cada uno de ellos?  Esa clase de preguntas inquietantes son las que uno no se atreve a hacerse ni a altas horas de la madrugada, donde de estar despierto te asaltan memorias horribles y de estar dormido te acechan las pesadillas.

Somos una mota de polvo en el espacio, un chiste malo que nadie ha escuchado, una millonésima parte del latido del universo. Algunos nos ahogamos en pensar como sería el mundo perfecto, donde por fin se resolvieran las incógnitas de nuestra ecuación. Buscando tal vez una tenue luz en nuestra oscuridad.

Otros simplemente se preocupan de llenar los agujeros destinados al examen de conciencia con estupideces mundanas que hoy son poco y mañana serán nada.

Nada.

Es sorprendente como todo se reduce siempre a la nada. No hay evento, idea o pensamiento que no haya quedado reducido a la nada... y todos los que perduran solo lo harán por algún tiempo antes de regresar de donde salieron.

Por todo esto, si pudiera elegir un mundo en el que vivir mi breve existencia, sería definitivamente en uno de papel, donde mi ira me pudiera llevar a desgarrar mis alrededores sin romperme los nudillos contra el frío ladrillo. Donde poder escribir para siempre las palabras que más daño hacen tanto a mi como a los demás.

Un mundo de papel para doblarlo a mi antojo y que aún así se pueda destruir mi obra. Un mundo de papel donde quizás, algún día, pudiera crear algo que realmente me entristeciera romper. Un mundo de papel para derramar sangre y tinta.

Para así, rodeado de soledad, poder hacer una grulla de papel con el corazón.

Y sentarme con una sonrisa a verla arder.

domingo, 27 de julio de 2014

La Bestia III: Se Reía de Mi


Por primera vez en mi vida estaba solo. Totalmente solo. Y no sabría decidirme por si esa sensación me complacía o me enfurecía. La única situación que me hizo sentir de una forma similar fue la vez que quemé un rompecabezas porque el dibujo de la caja era ligeramente distinto.

Al no tener ningún familiar cercano, la policía se encargó de mi ingreso en un orfanato, el vertedero de los niños rechazados o simplemente con mala fortuna. Para mi sorpresa el lugar resultó de lo más normal y por un momento me sentí decepcionado de que mi historia no me llevara a ser un Oliver Twist.

La vida en el orfanato provocaba una sensación de letargo en mi cuerpo y cerebro. Nunca me molesté en fijarme en cuantos niños o niñas había ahí, pues de vez en cuando alguno tenía suerte y era adoptado por una familia progresista. Por algún motivo, a ciertas parejas de mediana edad con un nivel adquisitivo medio alto les parecía una buena idea saltarse los primeros años de llanto y adoptar niños en esa franja tan preciosa que se da entre los cinco y los doce años.

Sin embargo, eso no era habitual.

Lo que si formaba parte de nuestro día a día eran los desayunos en el comedor, las horas de clase y los juegos en el patio. Recuerdo ese patio de forma totalmente nítida. Había un arenero en la parte central, un pequeño campo de fútbol, una fuente y diversos columpios; no obstante, mi parte favorita era a la sombra de un roble en uno de los extremos más apartados de esa zona de recreos.

Mientras los demás niños jugaban, yo me dedicaba a leer. El orfanato había sido antaño la casa de un hombre muy rico que dejó todos sus bienes a la beneficencia y como casa de lujo tenía una biblioteca muy bien nutrida de obras clásicas que habían estado acumulando polvo hasta que las encontré.

Solía abstraerme de todo y concentrarme en mis lecturas la mayor parte de la tarde. Un día concreto, con cierto cansancio levanté la mirada y la vi mirándome. Se llamaba Elisa y tenía el pelo cobrizo y los ojos azules, pero lo que más me llamaba la atención era su permanente sonrisa cuando se cruzaban nuestras miradas y la posterior huida por su parte.

Se reía de mi.

Era demasiado evidente que por algún motivo el que yo fuera diferente al resto le divertía. Al principio intenté controlar mis instintos, pero a medida que pasaba el tiempo, su sonrisa se me clavaba como un cuchillo y sus miradas las veía como desafíos.

Oh, si. Se reía de mi.

Pasada una semana no pude soportarlo más y empecé a pensar en como resolver el asunto, pero por muchas vueltas que le diera, todas las soluciones me llevaban a un único callejón tintado de rojo. Por algún motivo, la mayoría de mis soluciones a problemas siempre llevan a esa conclusión.

Me gustaría que me permitiera hacer una pausa aquí. Vista su reacción creo que es necesario explicarme. ¿Qué hace usted cuando una mosca le molesta? La mayoría de la gente la aplasta y no se siente mal por ello. A mi me sucede lo mismo, solo que no sé diferenciar una mosca de un humano.

Así que volviendo a Elisa, tomé la decisión que usted ya sabe. Unas noches después de haber tomado mi decisión, fui a buscarla a su cama y la desperté con una sonrisa y mi dedo índice sellando mis labios. Para mi sorpresa, se levantó con absoluto sigilo y me siguió al patio sin mediar una palabra.

La tarde anterior había preparado una afilada roca y la había dejado cerca de mi roble. Nunca más se reiría de mi.

Elisa intentó decir algo, pero le volví a señalar con mi dedo índice que lo mejor era estar callados y acto seguido le señalé los matorrales detrás del imperturbable roble y accedió. Cuando pasó delante mío me agaché con presteza y le golpee con toda mi fuerza, con todo mi ira, con todo mi ímpetu en la parte trasera de la cabeza.

Su cobrizo pelo tomó un tono carmesí, distinguible incluso bajo la luz de la luna y al girar su inerte cuerpo, pude ver como su sonrisa se había borrado para siempre.

Arrastré su cuerpo hasta el vertedero del final de la calle, eché también mi ropa, un poco de alcohol y lo incendié con una cerilla. Cuando las autoridades encontraron su cuerpo no pudieron identificar a nadie como sospechoso, pero más de uno empezaba a mirarme como si estuviera maldito. Me recorría un hormigueo cuando me miraban con temor. Por eso entendí que no me gusta estar solo. Necesito el zumbido de las moscas.

Si me disculpa me gustaría descansar, Doctor. Me han doblado la medicación desde el incidente de la semana pasada y mi cuerpo tiene sus límites.

sábado, 21 de junio de 2014

Dientes de León


Dientes de León

Con los brazos cruzados Seth esperó unos cuarenta minutos a que Alexia pasara todos los controles de seguridad. La última vez que le permitieron llevársela del complejo subterráneo había sido hacía ya seis meses y aunque se repetía que era por un bien mayor, en el fondo jamás estaría de acuerdo con la vida que le habían forzado a vivir.

Para él, lo más inverosímil de la situación no era que el Protectorado intentara hallar una solución al problema usando como sujetos de prueba a chicos y chicas de dieciséis años. Si no que se atrevieran a privarles de la libertad. Mientras que él que ya había estado descartado era libre de ir y venir, Alexia en su perfección era un ave que jamás dejarían volar.

Si no hubiera superado las pruebas de aptitud para que le permitieran investigar, quizás ni le dejarían verla. Y eso es lo que más temía que ocurriera, pues su primer recuerdo era ella y por algún motivo, quería que también fuera el último.

Finalmente, tras pasar el punto de seguridad exterior, se abrieron las puertas del ascensor y Seth quedó totalmente paralizado. Alexia llevaba un precioso vestido blanco que de alguna forma resaltaba sus ojos esmeralda y hacía que su hermosa sonrisa brillara más que el sol de mediodía. Cuando Alexia se dio cuenta de la mirada del escrutinio al que estaba siendo sometida no pudo contener una sonrisa.
-          No me mires así... ¡Me da verguenza!
-          Pe... perdón.
Alexia le tomó de la mano y prácticamente lo arrastró hacia algún lugar que fuera donde fuera a él le hubiera parecido bien. Subieron una colina corriendo, mientras un leve viento de abril les acariciaba el rostro.
Al llegar arriba cansados, ella se tumbó en la hierba, sonriendo al cielo y respirando con dificultad. Cuando su respiración se calmó, contempló disimuladamente a Seth, que tal y como ella esperaba estaba serio y distante, preocupado quizás.
-          Siempre que voy a la superficie contigo me siento… libre. ¡Eres como un héroe, o algo así!
Seth enrojeció mientras jugueteaba con su pelo sin saber qué decir y tras unos minutos de silencio se dejó caer a su lado.
-          Yo...
-          ¿Tu?
-          No me parece justo que te pierdas todo esto.
-          Papá dice que pronto acabarán las investigaciones y podré salir cuando quiera.
Unas cuantas nubes se arremolinaron con el viento, que arropaba el ambiente con semillas de dientes de león yendo a la deriva. Seth se quedó pensativo observando el mosaico que ante sus ojos se formaba, con una gran telar azul de fondo, pinceladas de blanco y cientos de motas de primavera.
-          ¿Porque este cielo es tan estúpidamente azul?
Alexia se giró hacia él.
-          ¿Si pudieras pintarlo de otro color, cuál sería?
-          No es posible. 
-    ¿Cual sería?
-    Supongo que verde. 
Sin que lo esperara en lo más mínimo, Alexia se le puso encima y acercó su rostro a él hasta que los ojos de ambos estuvieron a escasos centímetros. Por un momento temió que el corazón le saliera del pecho por el sobresalto.
-          ¿Así?
-          S-Si.
-          Dicen que si soplas las semillas secas de un diente de león se cumple el deseo que hayas formulado antes.
-         No hay pruebas cientí- 
-   ¡ ficas que sostengan esto! 
Seth soltó un suspiro molesto mientras Alexia empezaba a reír, hasta que finalmente se le contagió la melodía de su risa. Le pareció que el silencio se apoderaba de la colina durante un instante, con sus miradas de nuevo cruzadas empezaron los coros de la naturaleza poco a poco a formular una tonada, se inició con el viento moviendo las hojas, continuó con el canto de un pájaro solitario y finalizó con el ritmo base que marcaba su corazón en compás a sus nervios. Esto pasaría a formar una obra magna que culminaría en la única pregunta que podía formular aquel chico perdido cuya mente se encontraba siempre fija en su faro personal.
-          ¿Y tu qué pedirías?
Alexia sonrió de nuevo mientras se levantaba y empezaba a correr hacia los árboles, dejando una estela entre las innumerables semillas de diente de león. Cuando Seth recuperó la compostura se levantó de un salto y fue tras ella.
-          ¡Alexia!
Al llegar entre los árboles ya la había perdido de vista, odiaba cuando le hacía eso. Habitualmente se escondía unos instantes e intentaba asustarle. Sin embargo, esta vez no parecía evidente su escondite y no la escuchaba reír. Fue solo cuando al girarse y esperar ver la colina que había dejado atrás se encontraron los labios de ambos y el tiempo pareció detenerse.

Al separarse, con un hilo de voz, Alexia susurró una respuesta.
-          Si te lo dijera no se cumpliría.

jueves, 10 de abril de 2014

Requiem


Requiem

Maleval llevaba en silencio todo el trayecto. La idea de reunirse con el Mariscal Graft no le entusiasmaba aunque después de lo que Crimea había hecho por él y por la Legión de Hierro resultaba imposible negarle el encuentro con su padre, el cual quedó profundamente decepcionado cuando ella rompió los votos que juró honrar.

Sabía que Crimea y su padre se escribían a menudo, pero aún así, el hecho de que en ese preciso momento en el que necesitaban más ayuda decidiera colaborar con la Legión se le antojaba de lo más extraño y oportuno. Mientras esperaban el barco que les llevaría a la isla del Tol Rauko Maleval no pudo contenerse más.

- Crimea...
- Sé que no te convence, Maleval. Pero si mi padre ha decidido ayudarnos lo hará, es un hombre de honor.
- Tu padre nos pudo ayudar en muchas situaciones. ¿Porque ahora?
- ¿Nunca te fías de nadie?
- Solo de ti, y me ha costado cinco años.

Ambos se quedaron mirando el mar desde el embarcadero del puerto por unos instantes. Ninguno de los dos habló, e hicieron del silencio su pacto por unos minutos que parecieron siglos. Maleval no era un hombre de muchas palabras, su dura vida de penurias y desgracias le habían llevado a ser un hombre de hierro.

- La puesta de sol en este puerto debe ser preciosa.

Crimea dejó escapar una risa que aligeró el ambiente.

- El gran Maleval Kaigorn entusiasmado por la belleza de la naturaleza... Nunca me lo hubiera imaginado.
- Me habré ablandado con la edad. Si hace cinco años me hubieran dicho que defendería Arkángel en vez de hacerla arder o que un profesor de universidad sería uno de los mayores hijos de puta de la historia de Gaïa no me lo hubiera creído.

El ambiente era sumamente tenso y ambos sentían que el mínimo respingo, quizás solo una palabra, podía hacerles caer en el tema que ambos querían evitar.

- ¿Has vuelto a tener mareos?
- Puedo luchar si es lo que te preocupa.
- No me refería a eso. - ladeó la cabeza.

Maleval admiraba la fortaleza de Crimea, siempre lo había hecho. En el momento en que defender Gaïa le fue más importante que su posición social, renombre y votos se ganó su confianza. Sin duda los años le habían cambiado, ella le había cambiado.

- Maleval...
- Dime.
- ¿Crees que Syl sigue vivo?
- Más le vale.

En su interior prefería no preguntárselo, al igual que prefería no recordar los rostros de todos los hombres de la Legión y civiles que cayeron en Arkángel. En una guerra muere gente, algunos son amigos, otros enemigos, pero siempre es doloroso perder a un amigo.

"Un amigo"- repitió para sus adentros casi sin creérselo.

Un barco de velas púrpuras y la bandera del Tol Rauko entró por la bahía. Por alguna razón, la espada blanca sobre el águila negra de dos cabezas siempre se le había antojado pomposa como estandarte.

- Sé amable, por favor.
- Soy encantador.

Cuando el barco ancló, un hombre de estatura más bien reducida y la armadura ceremonial de los Caballeros del Tol Rauko bajó por la tabla de embarque.

- Lady Graft y Lord Kaigorn supongo, disculpad la tardanza, hemos tenido algunos problemas con hombres de Barba Negra. Parece que ya no haya ningún lugar seguro en este mundo.

La mirada del caballero se posó sobre el gigante de hierro. Había escuchado historias acerca de sus gestas en el norte cuando luchaba por el Imperio bajo las órdenes del Señor de la Guerra Tadeus van Horsmann, pero sin duda su aspecto le resultó más impresionante de lo que esperaba.

- Soy Lord Arkyn, me encargaré de escoltarlos a la isla.
- Será un honor.- Crimea parecía hasta entusiasmada por volver después de cinco años al único hogar que alguna vez había conocido.

El viaje en barco pareció eterno, sobretodo por las noches. La mente de Maleval no paraba de divagar. No había recibido noticias de ninguno de sus compañeros y abandonar las cuevas le parecía cada vez peor idea. Incapaz de dormir se dirigió a cubierta para contemplar el mar nocturno. Tras una media hora de silencio, percibió un movimiento detrás suyo.

Tiempo atrás se habría volteado y amenazado al osado que se atreviera a acecharle, pero sabía quién era. Era ella.

- ¿Tampoco puedes dormir? - masculló.
- Tengo el estómago revuelto.

"Con tu nuevo poder viajarás a Tol Rauko y matarás al Mariscal Graft.  Sally te acompañará y creará una ilusión para que ocupes su lugar durante unos días. Estoy seguro de que Malakías Graft tiene algún método para contactar con su hija Crimea." 

- En cierto modo me siento culpable.
- Si la situación fuera distinta este niño sería una bendición.

Escríbele una misiva ofreciéndole la ayuda y recursos del Tol Rauko, y organiza una reunión con ella y Maleval para hacerlo oficial.

- Es una bendición. Venceremos esta guerra y salvaremos Gaïa. Mientras me quede aliento y fuerzas no dejaré que Wesaroth se salga con la suya.

Crimea sonrió.

- Siempre me arranca una sonrisa verte sin armadura.
- ¿Por qué?
- Tus cicatrices.  Cuando nos conocimos no tenías ninguna. 
- Sigo sin entenderlo.
- Bajo todo el acero y tu semblante sombrío se escondía un buen hombre. Un buen hombre que ha sacrificado todo lo que ha podido para salvar el mundo, incluso cuando el mundo jamás movió un dedo por él.
- Cállate. - ambos se miraron sonriendo.

"Cuando ambos lleguen ahí les habréis preparado un banquete de cortesía.  Cómo Mariscal, todos los caballeros se deberán a tus órdenes. Así que dejaré en tus manos si van a probar el postre o no. "

- Es más de media noche, Maleval. Deberíamos dormir un poco antes del alba.
- Ahora te alcanzo.

Maleval quiso observar por última vez el mar nocturno antes de volver al camarote con Crimea. Por algún motivo seguía inquieto.


"Lo poco que queda de la Legión de Hierro se hará añicos sin sus dos cabezas militares. Solo Sally y tú tenéis conocimiento de esta misión, me decepcionarías mucho sí fracasaras Gabrielle."

La Luna se escondió detrás de nubes negras cuando el hombre de hierro entró en el camarote, algunos habrían visto un mal augurio... y otros una tormenta que se avecinaba quizás.

martes, 1 de abril de 2014

Hans era un tipo normal


Hans era un tipo normal

Hans era un tipo normal. Muy normal. Incluso extremadamente normal. Cada mañana se levantaba a las ocho en punto y su ritual matutino rara vez cambiaba. Primo ponía el pie derecho en la moqueta y luego el izquierdo. Por alguna razón pensaba que si no lo hacía así tendría un día horrible, como sucedió cierto lunes de 1987 cuando no lo hizo y sucedió en Wall Street el llamado Lunes Negro.

Continuaba su rutina golpeándose suavemente las mejillas para asustar al sueño, costumbre que tomó de niño para llegar antes que sus hermanos a desayunar y conseguir extra de sirope en sus tortitas que dos de cada tres veces no estaban congeladas.

En la universidad tomó la costumbre también de acompañar sus primeros minutos del día en tomar un buen café y hacer los crucigramas del periódico del día anterior. Lo miraras por donde lo miraras, Hans era un tipo normal.

Hans levantó la nariz de sus crucigramas para mirar de nuevo su ordenador. Aunque hacía un par de semanas que lo había adquirido aún no sabía como funcionaba y sin saber cómo había activado una opción que provocaba que su ordenador dijera por los altavoces todo lo que tecleaba, usaba y escribía. Por algún motivo eso le irritaba más de lo que debería, pero su recién adquirida tradición le requería un esfuerzo por su parte para enfrentarse de nuevo al diabólico ingenio tecnológico.

Se acercó cauteloso, casi con gracia felina y lo encendió.

CAMPO DE CONTRASEÑA - dijo la sinuosa voz de una mujer que parecía ya anciana.

Hans se rascó la cabeza dubitativo.

G. A. T. I. T. O. S. - fue deletreando la misma voz.

Era notorio el enfado del pobre hombre.

ABRIENDO NAVEGADOR.

Resopló con sorna.

WWW.YOUTUBE.COM

Un antiguo compañero de trabajo le envió un clásico powerpoint de gatos hacía unos días y a raíz de ello descubrió esa maravillosa página que rebosaba vídeos de gatos entre otras cosas sin importancia.

Buscó la palabra clave en el buscador y esperó con las manos juntas y los índices levantados sellando sus labios. Aunque sus ojos brillaban con cada visionado, no encontraba uno que no hubiera visto y eso le entristecía.

Finalmente, tras minutos de búsqueda infructuosa se le apareció un vídeo de cierto gatito de ojos azules maullando la sintonía de Juego de Tronos y por alguna razón más allá de su comprensión algo se activó en su cerebro, empezando con una risa quebrada y acabando en carcajada limpia.

Las risas, la endeble silla y sus manos unidas le pasaron factura dejándolo de espaldas al suelo con los índices apuntando al cielo.

Y en ese momento pudo ver con suma claridad como un pequeño felino de un color atigrado emanaba de la punta de sus dedos y con una preciosa parábola acababa aterrizando en su cara.

¿Acaso era posible materializar gatos de la punta de los dedos? ¿Su café había sido mancillado con alguna substancia que él no esperaba? ¿Se habría vuelto loco?

Hans era un tipo normal y la sola idea de tener tal poder le asustaba.

Mientras su pequeño huésped abandonaba la cocina, el pobre Hans se quedó observando sus dedos índice y dubitativo apuntó a las cortinas.

Recordó cierta imagen de un gato disparando al son de "pew pew" y casi con miedo separó sus labios.

- Pew... pew - susurró.

De nuevo el milagro sucedió y esta vez un diminuto gato de angora de un blanco puro salió disparado a una velocidad increíble con fatídicos resultados: El desgarramiento parcial de las cortinas Blekviva que había comprado en Ikea el mes pasado.

No sabría decir si Hans, ese hombre extraordinariamente normal, estaba sorprendido, alucinado, alegre o triste por la pérdida de sus cortinas, quizás ni él podría definirlo. Sin embargo, si algo aprendió ese día cuando se sentó en el sofá y continuó su tiroteo felino entre un torbellino de maullidos de sorpresa es que un gran poder conlleva una gran responsabilidad... ¡Y muchos gatos que alimentar!


Este texto ha sucedido por culpa de la Señorita Eruriel y su pasión por los gatos ( Y quizás ayude que sea 1 de abril ).

miércoles, 26 de marzo de 2014

La Bestia II: Me Sentía Incómodo



Una semana después del fallecimiento de mi hermano Padre apenas venía ya por casa. Por otro lado, Madre se pasaba el día vaciando la bodega a un ritmo vertiginoso y por lo general cualquier visitante que se presentaba con las condolencias bajo el brazo era derivado con suma destreza y habilidad por mi tío, el cual al conocer la fatídica noticia que había golpeado a la familia vino a cuidarnos.

No paraba de preguntarme que había de mal en la desaparición de un simple humano. Era mi hermano y yo le quería, pero nuestra relación no era especial. Hay millones de hermanos en el mundo. ¿Por qué esta tragedia era más importante que un huracán en el sudeste asiático o un tsunami en una isla paradisíaca?

La policía nunca encontró ninguna prueba que apuntara a mi persona como asesino y atribuían el crimen a un psicópata obsesionado con los niños. Y a pesar de que nada apuntaba a mi, mi tío no paraba de escrutarme detrás de esas gafas de concha.

Quizás mis ojos reflejaban locura, desprecio por la vida o simplemente culpabilidad, pero por algún motivo cada vez que él me miraba sentía que me preguntaría qué pasó entre mi hermano y yo en aquel castillo abandonado. Me sentía verdaderamente incómodo.

Me sentía incómodo.

Pasados unos meses padre volvió a su forma de vida habitual, y aunque con un semblante sombrío, recuerdo que en más de una ocasión lo vi hasta medio sonreír. Madre con los meses dejó de hablar y empezó a actuar como una simple muñeca que satisfacía mis caprichos. Sus delirios que yo consideraba mis favoritos eran los que iban acompañados de un zumo de melocotón, tostadas con mantequilla y azúcar y un pedacito de chocolate.

Mi tío seguía en casa vigilante como un halcón pendiente de un pequeño roedor. Y me hacía sentir incómodo. Tan incómodo que ya ni me molestaba en hacerme el dormido cuando se pasaba por delante de mi habitación.

Quería desafiarle.

Tras unas semanas de tira y afloja me harté de su vigilancia. ¿Qué quería de mi? ¿Quería que confesara? ¿Que le de diera un motivo para matarme como hice yo con mi propio hermano?

¿Qué quería?

Me sentía incómodo. Y aún así se paseó por delante de mi habitación escondiendo sus ojos tras esas odiosas gafas de concha. Esta vez me hice el dormido. Durante la cena deslicé en su bebida unas gotas del somnífero de Madre y en escasos minutos me tocaría mover ficha.

Por la noche el pasillo de nuestra casa era sombrío e impersonal, pero tenía cierto encanto. El tic-tac del reloj acompañaba los susurros de mis pasos y el candelabro de plata brillaba con la ténue luz de la luna reflejada en él.

Mi tío dormía con la tranquilidad de un bebé. Por primera vez en meses, me sentí el halcón y no el roedor.

Sin más, abrí su boca y vacié el resto del bote de somnífero y no contento con eso, de propina, también aseguré la jugada con algunas otras pastillas de Madre que bailaron por su gaznate sellando su destino. 

Me aseguré de dejar el bote y unas cuantas pastillas tiradas sobre la mesilla de noche. Salí al jardín con las gafas de concha en mano y las estrellé contra el suelo. Las golpee con una piedra hasta que se hicieron añicos y luego las enterré. Nunca más me iluminarían esos faros.

Nunca más.

Como esperaba, al día siguiente ya no me sentía incómodo.

Padre se fue nada más enterarse de la noticia. No sé si era un hombre supersticioso o simplemente no pudo aguantar la presión, pero se fue para no volver. Madre, por su parte, incapaz de mantener la compostura acabó en una residencia mental, incapaz de utilizar ella sola el baño.

Estaba solo.

A veces, en mi madurez, he reflexionado sobre este caso en concreto. ¿Y si mi tío solo se preocupaba por mi? ¿Y si fue mi culpabilidad inconsciente la que me obligó a deshacerme de la única persona que me veía una víctima de mi propio crimen?

¿Fue realmente malvada mi conducta cuando no puedo discernir el bien del mal?

A veces me evado pensando el devenir de mi vida si hubiera sido alguien normal, como usted, pero cuando lo intento me doy cuenta de que no sé pensar como la gente normal.

Supongo que por ello me llamáis "La Bestia".